No cabe duda de que aprendemos valores a lo largo de toda la vida, porque vivimos en continua interacción con el contexto social o cultural. Nacemos en el seno de una familia,. Ya desde temprana edad cultivamos una serie de amistades que, a medida que crecemos, van a ser más determinantes en nuestra forma de ver el mundo y de construir nuestros valores.
Los valores se aprenden. Se aprenden en las distintas situaciones de la vida cotidiana: a) a través de la observación de “modelos” -algunos miembros de nuestra familia, amigos, profesores, personajes de los medios, entre otros-, b) de las vivencias experimentadas –donde afloran sentimientos y emociones que contribuyen a afianzar valores- y c) de la reflexión individual –debemos pensar sobre nosotros mismos, sobre lo que pensamos, deseamos y hacemos-. Estas tres vías de aprendizaje de valores confluyen con el objetivo de facilitarnos la construcción racional y autónona de nuestra matriz de valores.
Cuando hablamos de transmisión de valores lo hacemos para referirnos a la existencia de distintos agentes educativos que tienen asignada la tarea de educar en valores, entre ellos, la educación formal –Escuela, Instituto y Universidad-. De todas formas, consideramos que en la transmisión de valores tiene un papel fundamental la familia, una familia que vive en un momento político-social determinado, en un contexto sociocultural, y que sin duda, influye en la percepción del mundo y los valores que los jóvenes van construyendo.
Otro elemento que debe potenciarse desde la educación formal y la familia es el conocimiento de uno mismo, es decir, desde niños debemos realizar representaciones referidas a nuestro propio cuerpo, al comportamiento, a las relaciones sociales y las situaciones que vivimos. ¿Dedicamos momentos en nuestra vida, tanto en la escuela como en la familia, para realizar ese ejercicio de introspección? El conocerse a sí mismo es fundamental para poder construir una identidad personal acorde con unos valores razonados, que nos ayudarán a afrontar la vida con responsabilidad y autonomía, asumiremos los retos vitales con optimismo y aceptaremos situaciones frustantes –que las hay y no son pocas-.
Los/las docentes y educadores/as transmiten valores aunque no lo pretendan, porque la ausencia de intencionalidad refleja, sin lugar a dudas, unos valores. Por lo tanto, deben concienciarse de que son piezas clave en la transmisión de valores, pues constituyen modelos a seguir.
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