Por A.S. |

La adolescencia, ese camino crucial de la vida del sujeto, conlleva la difícil tarea de desasimiento de la autoridad de los padres, "...una de las consecuencias más necesarias aunque también una de las más dolorosas" al decir de Freud, e implica un reposicionamiento en relación al deseo parental y la búsqueda para sí de un lugar simbólico particular. Esta labor de procesamiento de duelo se transforma en situación problemática en un momento histórico como el actual, en el que predomina la creencia apocalíptica de que nada marcha, de que ha llegado el fin de la historia, que coexiste con el sostenimiento imaginario desde el adulto del mito de la eterna juventud. Momento definido por algunos como "postmodernismo", y que según Jean Baudrillard es un tiempo en el que predomina la cultura del simulacro, reflexionando sobre la disolución contemporánea del tiempo y espacio públicos. En el mundo del simulacro se perdería la causalidad y lo grave de todo esto es que el objeto no serviría como el espejo del sujeto, se pierde la escena privada pública y sólo hay información "obscena".

Textualmente dice el autor citado anteriormente: 

"Ya no formamos parte del drama de la alienación, vivimos en el éxtasis de la comunicación, y este éxtasis es obsceno. Lo obsceno es lo que acaba con todo espejo, toda mirada, toda imagen. Lo obsceno pone fin a toda representación."

Si planteábamos la adolescencia como un juego de miradas, palabras, es decir de identificaciones con las que se procura un "ser", tendría que haber cierta alienación, en ese juego de separación-indiferenciación del que hablan ciertos autores, ¿qué sería y cómo jugaría "lo obsceno" en relación a los adolescentes y el mundo actual, y en especial al mundo del trabajo?.

"La juventud está perdida...", "los jóvenes no tienen ideales...", "... están sin hacer nada, no los mueve nada..."

El recorrido quejoso del adulto respecto de los jóvenes impide un posicionamiento diferente, que implique la posibilidad de pensar y la aparición de la pregunta acerca de cómo están implicados todos y cada uno en la forma en que se procesan las diferentes circunstancias por las que el sujeto transita la tan mentada adolescencia en un contexto como el actual.La postmodernidad y los clisés que en ella se usan nos abarcan a todos, no podemos escapar de ellos, apareciendo como dolencia de estos tiempos la sensación de haber perdido los sueños, las ilusiones de sociedades más justas, igualitarias, solidarias, y de respeto por el hombre en lo laboral y desde el poder. La ritualización de la existencia y del pensamiento son el resultado del discurso del postmodernismo, atentando contra la dimensión temporal del sujeto, que es imprescindible para el desarrollo psíquico y para la integración en la cultura y la sociedad. P. Aulagnier plantea que "el acceso a la temporalidad y a una historización de lo experimentado van de la mano, la entrada en escena del yo es al mismo tiempo entrada en escena de un tiempo historizado".Es necesario entonces que, nosotros, adultos, revisemos "los viejos ideales, las viejas teorías, y que se acepte su pérdida total o parcial en aras de las nuevas".

 

 

En el adolescente habría dos posiciones en relación a esta complejidad: quienes se identifican con el lugar asignado haciéndose cargo de que no hay futuro posible en lo personal y en lo ocupacional, asumiendo que la única salida posible sería la repetición de este sistema que no ofrece alternativas para los avances científicos de fines de siglo, y, por otro lado, aquellos que encarnan una posición cuestionadora, creando y jerarquizando respuestas novedosas no reconocidas desde los ámbitos universitarios, de formación terciaria y desde el adulto en general.El adulto debe hacerse cargo de sus propios duelos, para poder ofrecerse como soporte identificatorio y como aquél ante quien oponerse y poder reconocer así las diferencias y la peculiar forma en que el adolescente define para sí caminos distintos e inimaginables en otro momento histórico social.