Por A.S. |

La teoría de la evolución es uno de los pilares maestros de la ciencia, pero dentro de ella hay lugar para la polémica. El genetista inglés Richard Dawklns y su teoría del "Gen egoísta" representa una de las posturas más radicales. Sostiene, básicamente, que es imposible diferenciar un elefante de un helecho. Más allá de lo que indican engañosamente los sentidos, asegura, ellos son meros medios de supervivencia de los únicos reyes de la evolución: los genes. Otros científicos, como Stephen Jay Gould, lo acusan de reduccionista. Los genes no se inmutan: al fin y al cabo ganarán por cansancio; mientras haya un ser vivo ellos seguirán existiendo.
La biología evolutiva es una de las especialidades más polémicas de las ciencias naturales. En el siglo pasado, la discusión pasaba por averiguar cuál era el modus operandi de la evolución. Hoy esa cuestión está medianamente resuelta: la mayoría de los científicos acepta que la selección natural es el motor del cambio evolutivo. Pero todavía falta determinar a qué nivel actúa. Y hay teorías para todos los gustos.
Una que le pone los pelos de punta a más de uno es la del zoólogo británico Richard Dawkins
Para este polémico profesor de la Universidad de Oxford, los seres vivos no somos otra cosa que albergues temporarios de genes. Las 30 millones de especies diferentes que habitan el planeta no son más que 30 millones de maneras distintas de impulsar ADN hacia el futuro. Así, la mona Chita simplemente preserva genes en las copas de los árboles, mientras que la ballena Willy hace lo propio en el agua.
Cuando Darwin publicó El origen de las especies, a mediados del siglo XIX, las teorías evolucionistas habían recorrido ya un largo camino.
Ya nadie dudaba que las especies cambiaban; lo que se discutía era la forma en que se producía ese cambio.
El que pisaba fuerte en ese terreno era Jean Baptiste Lamarck. Este biólogo francés estaba convencido de que los organismos adquirían características nuevas a lo largo de sus vidas para acomodarse mejor al mundo que los rodeaba.
El ejemplo más conocido es el del larguísimo cuello de la jirafa, que a los ojos de Lamarck se estiró progresivamente para que este elegante animal pudiera alcanzar las hojas más altas de los árboles. Lo mejor del caso era que las nuevas adquisiciones no beneficiaban únicamente a los individuos directamente involucrados, sino que se traducían en un bonus track para sus hijos.
Así estaban las cosas cuando Darwin apareció en escena
Si este naturalista inglés hubiera tenido acceso a la Intemet, habría podido leer el fabuloso ensayo sobre las leyes de la herencia escrito por un monje austríaco llamado Gregor Mendel, que le venía como anillo al dedo para fundamentar su teoría.
Mendel fue el primero en darse cuenta de que las características de los organismos se transmiten de una generación a otra en forma independiente, por medio de lo que él llamó "partículas hereditarias" y que hoy conocemos como genes.
Pero Darwin nunca supo de la existencia de Mendel, así que cuando postuló que la selección natural era el mecanismo mediante el cual evolucionan las especies, sus oponentes le saltaron al cuello.
La selección natural postula entonces que la naturaleza favorece o, mejor dicho, selecciona a los individuos que resultan más aptos en determinadas circunstancias. La teoría era muy buena, pero sin la genética mendeliana Darwin no podía explicar de dónde salía tanta variación original y cómo se mantenían los cambios favorables a lo largo de las generaciones.

La era pos Darwin

La pregunta es, ahora, cuál es el blanco de la selección natural. Y las respuestas son de lo más variadas: los individuos, las especies, las poblaciones, los genes.

El gen egoísta

Dawkins tiene una visión muy poco antropocéntrica de la vida. Para él, a los fines evolutivos, una mosca resulta indistinguible de un elefante: ambos se ocupan únicamente de proteger y propagar su material genético. "Somos máquinas de supervivencia, robots programados con un único fin: perpetuar la existencia de los genes egoístas que llevamos en nuestras células.

Es necesario hacer una aclaración. Cuando Dawkins habla de inmortalidad, no se refiere a un trozo de ADN en particular. Lo que perdura es la información contenida en esa porción. "Es como imprimir un libro una y otra vez." Ahora bien, ¿de dónde surge el egoísmo de los genes? La respuesta es simple. El ADN guarda las instrucciones para fabricar toda la gama de seres vivos. Cada especie tiene su propia receta. Un par de cambios aquí y allá y lo que hubiera sido una iguana termina siendo un elefante.
Detectar esta clase de genes en la Naturaleza no es una tarea fácil. Pero los zoólogos Laurent Keller y Kenneth Ross creen haber dado con uno
Aun así, Dawkins tendría que encontrar no una sino miles de estas partículas para reforzar su teoría. Una teoría que muchos científicos destrozan sin piedad.

Disparen contra Dawkins

Uno de los oponentes más feroces de Dawkins es el paleontólogo norteamericano Stephen Gould. Para este investigador de la Universidad de Harvard, la teoría del gen egoísta hace agua por todos lados.

la selección no puede "ver" directamente genes, así que tiene que usar organismos como intermediarios. Así, favorece a un individuo porque es más fuerte, más sano o hasta más hermoso. Si la selección actuara sobre un "gen para la fuerza" al elegir un organismo más robusto, entonces Dawkins estaría en lo cierto. Pero los cuerpos no pueden partirse en miles de pedazos, cada uno construido por un gen diferente.
Los individuos son mucho más que amalgamas de genes, opina Gould. Y la selección acepta o rechaza organismos enteros porque la enmarañada interacción de sus partes les confiere ventajas o los perjudica.
El doctor Esteban Hasson, profesor de Evolución de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires, coincide con Gould en que la postura de Dawkins es ultrarreduccionista.
Lejos de dejarse amedrentar por sus críticos, Dawkins sigue tirando de la soga y lleva su razonamiento un poco más lejos todavía. Como ya vimos, los genes serían como bits de información microscópicos que persiguen un solo objetivo: hacer nuevas copias de sí mismos. Pero, ¿son únicos en su género? Dawkins cree que no. Y en plan de apagar el fuego con nafta, desliza que en la cultura humana también hay elementos que se transmiten y multiplican.
Dawkins bautizó como meme a la unidad de la herencia cultural, el equivalente culto del gen. Y los hay de todo tipo: modas, ideas, discursos y canciones. Y a diferencia de los genes, que saltan de un cuerpo a otro a través de óvulos y espermatozoides, los memes brincan de cerebro en cerebro mediante un proceso que Dawkins denomina, en un sentido amplio, de imitación.

El biólogo Nick Humphrey lo resume así: "Cuando plantas un meme fértil en mi mente, literalmente parasitas mi cerebro, convirtiéndolo en un vehículo de propagación para ese meme, de la misma forma que un virus parasita el mecanismo genético de una célula".
Quizás el meme más exitoso sea también uno de los más antiguos: la idea de Dios.
"Se multiplica mediante la palabra escrita y hablada".
"El dios meme aporta una respuesta a los problemas perturbadores de nuestra existencia. Y sugiere que las injusticias de este mundo serán rectificadas en el siguiente."
Quienes sospechen que Dawkins está en lo cierto, deberían pensar en incluir otras dos cosas en su testamento: los genes y los memes.

MIS GENES ME CONDENAN

Los zoólogos Keiler y Ross trabajan con Solenopsis invicta, unas hormigas coloradas made in Sudafrica. Estos insectos tienen un sistema de gobierno muy particular, están organizados en una monarquía femenina pluralista, con varias reinas por colonia.
En esta sociedad, las monarcas parecen llevar las de ganar: viven como reinas (de hecho lo son), y su única tarea es poner huevos de los que después no tienen que ocuparse. Sin embargo, en el caso de Solenopsis, no todas las soberanas llegan a disfrutar de los nobles placeres. Muchas mueren en manos de sus propios súbditos antes de dejar descendencia.
Este extraño comportamiento despertó la curiosidad de los investigadores, que se propusieron averiguar qué era lo que estaba pasando. Y tanto trabajo detectivesco tuvo su recompensa: encontraron que las víctimas tenían algo en común; todas poseían dos copias iguales del gen B.
Keller y Ross sabían de antemano que las hembras bb sufren una enfermedad letal que las deja rápidamente fuera de la competencia por el trono. La novedad es que sólo las reinas BB son asesinadas por las obreras de la colonia. Así, gracias a estos actos conspirativos, las reales Bb tienen la corona asegurada.
Para los científicos. el alelo b es un claro ejemplo de un gen terriblemente egoísta, que sentencia a muerte a aquellas reinas que no lo contienen y deja vivir al resto, para asegurarse así su presencia en las generaciones futuras.

Publicado en "Futuro"el sábado 28 de noviembre de 1998.